Comentario
La alianza con Rusia fue algo positivamente buscado por Francia, una empresa en la que arriesgó mucho dinero y para cuya resolución se pusieron en juego todo tipo de influencias. No importaba el carácter reaccionario de aquel país, ni los riesgos concretos que el acuerdo comportara. Lo decisivo es que se trataba de la única gran potencia con la que establecer lazos que sacaran a la República de su aislamiento en la Europa coronada. En la medida que fue presentida, despertó el entusiasmo de la opinión francesa: una escuadra rusa enviada a Tolón, en octubre de 1893, recibió una acogida triunfal por parte de la multitud, lo mismo que los marineros rusos que llegaron a París: "cuando el landó del almirante apareció, vimos a centenares de mujeres romper el cordón de las tropas. Tomando al asalto a los rusos, "como en Sebastopol", saltaron sobre los estribos... Fue una embestida hacia estos hombres, ahogados por los besos patrióticos, aturdidos por la violencia de los gritos...". Uno de los efectos secundarios de la alianza fue la aproximación de muchos conservadores a la República.
Los rusos, sin embargo, se acogieron a la alianza como un recurso para conseguir fondos económicos y como el último remedio para no quedar completamente aislados en el plano internacional. Tras el veto alemán de noviembre de 1887, se iniciaron negociaciones con Francia que culminaron en la emisión de un préstamo de 125.000.000 de rublos, cubiertos por grupos financieros franceses, con la aprobación del gobierno. Pero el zar se resistía a la alianza militar y política que sugerían los franceses. Francia estaba muy alejada de las áreas cruciales de la política rusa, aunque se reconocían las ventajas de tener las espaldas guardadas en caso de guerra contra Austria-Hungría o Alemania. Por otra parte, existía el grave inconveniente de las instituciones republicanas.
Al margen de lo extendido que pudieran estar los sentimientos paneslavos y antigermanos, Rusia siempre prefirió la alianza con Alemania. Insistieron intensamente en la renovación del Tratado de Reaseguro, rebajando sus exigencias hasta conformarse con "cualquier escrito, en los términos más generales", según expresión de Giers. Pero Guillermo II se negó rotundamente a renovarlo por considerarlo una "deshonestidad", contraria a las "alianzas naturales" de Alemania. El nuevo canciller, Caprivi, un honesto administrador ajeno a los problemas internacionales, manifestó que era incapaz de mantener el juego múltiple de Bismarck, y declaró que seguiría una política "clara y leal" hacia sus aliados.
Rusia siguió llamando a las puertas alemanas, incluso después de haber firmado el primer acuerdo político con Francia, en 1891. Y a lo largo de 1893, antes de que el gobierno ruso ratificara la convención militar de agosto de 1892. Pero la respuesta alemana, en esta última ocasión, fue una guerra de tarifas aduaneras y la aprobación de nuevos créditos destinados a preparar una guerra "en los dos frentes". Guillermo II, inclinado personalmente hacia Gran Bretaña, y aconsejado por quien se había convertido en el hombre más influyente de su servicio exterior, el barón Holstein, despreció las propuestas rusas considerando que las posibilidades de que este país llegara a un acuerdo con cualquier otra potencia eran nulas.
Sin embargo, tras la renovación de la Triple Alianza, y de algunas alusiones italianas a los acuerdos con Inglaterra, que hicieron temer a Rusia que la Triple se transformara en Cuádruple, el zar había realizado manifestaciones ostensibles de aproximación a la República francesa. El episodio más destacado ocurrió en julio de 1891, cuando una flota francesa fue recibida con entusiasmo en Kronstadt, y en la fiesta dada en honor de los oficiales franceses, el zar escuchó descubierto y en pie la Marsellesa.
El primer acuerdo político entre ambas potencias fue suscrito el 27 de agosto de 1891. Se trataba de una declaración de principios generales, por la que los dos países proclamaban su amistad y prometían consultarse en caso de que uno de ellos se sintiera amenazado. Francia hubiera llegado más lejos, pero las reticencias rusas se mantenían.
Las presiones económicas francesas, por una parte, y los desplantes alemanes, por otra, llevaron a Rusia a estrechar estos primeros lazos. Después de una negociación, el 18 de agosto de 1892 se llegó a una convención militar, de carácter secreto, en la que se estipulaba que si Francia era atacada por Alemania, o por Italia apoyada por Alemania, Rusia intervendría con un ejército de 800.000 hombres contra Alemania; mientras que si Rusia era atacada por Alemania, o por Austria-Hungría apoyada por Alemania, Francia pondría inmediatamente en marcha a 1.300.000 hombres. Además, se acordaba que la movilización, incluso parcial, de una de las potencias de la Triple Alianza, implicaría necesariamente la movilización en Francia y en Rusia. Ambas potencias se comprometían a no firmar la paz por separado y a mantener el acuerdo mientras durara la Triple Alianza.
Las pretensiones iniciales francesas eran que, en caso de guerra con la Triple Alianza, Alemania fuese siempre considerada el enemigo principal y, por tanto, objetivo primordial de los ejércitos rusos; y que la movilización en Austria-Hungría exclusivamente, no implicara la puesta en marcha del tratado. Los rusos se negaron a ello porque, desde su punto de vista, el enemigo principal eran los austriacos. Francia cedió, aunque era consciente de que podía ser arrastrada a una guerra general por un conflicto en los Balcanes.
Hasta diciembre de 1893, sin embargo, Alejandro III no ratificó la convención. El presidente francés lo hizo días más tarde, ya en 1894. La Alianza fue el primer gran éxito diplomático de la III República francesa, el acta de defunción de los sistemas bismarckianos y el comienzo de un nuevo orden internacional en Europa.